
Por eso cada vez que la señorita M. me pregunta cómo puedo ser tan cariñoso y después desaparecer por días o semanas, trato de ser honesto. Ya le he contado la historia varias veces y le he explicado, que sí, que siento cosas cuando estoy con ella, porque cuando estamos juntos de verdad me vuelve loco, pero también le he dicho que cuando llega el lunes apaleo cada uno de mis sentimientos, porque no puedo… sentir. Ya lo decidí hace mucho y no voy a dar pie atrás.
Después de lo bien que resultó el otro día la historia del dentista, hace un par de horas la llamé y le pregunté si podía ir a su casa y comenzó una vez más a reclamar y a preguntar, ¿por qué cresta tiene que ponerse tan complicada? Y una vez más traté de cambiar el tema, pero ella insistió, y le volví a decir que lo rico de esto es que no tiene nombre, que no va para ninguna parte, que sólo lo pasamos tan rico, que la encuentro rica entera pero que el lunes apago el chip, y me conecto con lo que tengo que hacer y me desconecto de lo que pueda sentir.
“No sacas nada con apalear tu cabeza, porque al primer ron se te escapan los sentimientos por todos lados”, me dijo seguido de un “no me llames nunca más”.
Me cagó.